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Definir el concepto de felicidad es tarea ardua. Seguramente sea una de las definiciones más controvertidas y complicadas. El ser humano ha tendido siempre a perseguir la felicidad como una meta o un fin, como un estado de bienestar ideal y permanente al que llegar, sin embargo, parece ser que la felicidad se compone de pequeños momentos, de detalles vividos en el día a día, y quizá su principal característica sea la futilidad, su capacidad de aparecer y desaparecer de forma constante a lo largo de nuestras vidas.
Otra de las controversias en torno a este tema es dónde buscar la felicidad, si en acontecimientos externos y materiales o en nuestro interior, en nuestras propias disposiciones internas. Aún hoy es difícil responder a esta cuestión. Por esta razón, y desde un punto de vista psicológico, el estudio del bienestar subjetivo parece preferible al abordaje de la felicidad.
La felicidad, concepto con profundos significados, incluye alegría, pero también otras muchas emociones, algunas de las cuales no son necesariamente positivas (compromiso, lucha, reto, incluso dolor).
Es la motivación, la actividad dirigida a algo, el deseo de ello, su búsqueda, y no el logro o la satisfacción de los deseos, lo que produce en las personas sentimientos positivos más profundos.
Sumergiéndonos más al tema de felicidad, y todas las ramas que la enriquecen y complementan, debemos, para comenzar citando a Aristóteles el cual plantea el problema de la felicidad como la aspiración suprema de todos los seres humanos y aquello por lo cual deseamos todas las demás cosas. Esta consistía más bien en un tipo de vida, una vida basada en el ejercicio constante de lo más propio y excelente del ser humano, aquello que lo diferencia de los seres no humanos: la razón.
Aristóteles dice: “La felicidad consiste en realizar el oficio del hombre”
Pero ¿Cómo se realiza bien el oficio del hombre?
Definamos el oficio del hombre como la tarea propia de este, es decir la actividad de una totalidad. Con lo que se quiere resaltar, la existencia de unas peculiaridades de la vida y la acción humana que ningún hombre racional querría renunciar y cuyo ejercicio es satisfactorio para el hombre, y todas estas capacidades tienen su raíz en la razón (logos). Esa actividad propia del hombre es excelente en sí misma y realizada de un modo perfecto, siendo el bien supremo alcanzable por el hombre por el cual consiste en la actividad constante del alma conforme a su excelencia. Para ello se requiere de un esfuerzo y una constancia.
Por tanto la felicidad del hombre consiste en el cumplimiento de la actividad racional, que se debe entender como reflexiva y calculadora con vistas a orientar de una forma correcta nuestra acción y la cual cumple la decisión de la razón.
En el mismo orden de ideas, se debe acotar que la felicidad también necesita de bienes externos (como buenos amigos, buenos hijos, salud…). Ya que así puede desarrollarse las mejores cualidades humanas, que es de eso de lo que se trata, que lleguemos a ser mejores personas y podamos ser más felices.
Por otro lado debemos acotar y citar a Espinoza, el cual nos da una definición muy compleja y real, el cual nos dice que la clave de la felicidad está en dar con aquello que nos hace crecer, y que ciertamente debemos huir y evitar aquello u aquellas cosas que nos hacen empequeñecer. Para saber que me hace crecer y que no, hay que probar, experimentar.
La alegría es la prueba de que, algo aumenta el potencia vital que cada uno es, la tristeza, en cambio, es el síntoma de que lo que hago, disminuye y apoya la fuerza vital.
Ciertamente en este aspecto debemos gozar de lo que se experimenta con buena finalidad con buena fluidez, así acatando a los errores y remediarlos de forma de aprendizaje, subjetiva y/o objetivamente los errores muchas veces son aquellas herramientas, llamemos (error) a una herramienta que por motivos superfluos nos facilitan el aprendizaje de una forma truncada y muchas veces difícil. Digamos que de estos, crecemos en todo el modo que se acaten los errores. Seguiremos creciendo, buscando y explotando más potencial que nos hace en cierta manera feliz, y que nos impulsa a seguir tropezando para seguir aprendiendo de los tropiezos y de esta manera entramos en una constante búsqueda de la felicidad plena.
Hay quienes piensan que la felicidad depende de uno mismo, de lo 'fuerte' que uno sea, de lo valiente, espabilado, sagaz, capaz... en definitiva, de cualidades que son dependientes de otros factores que nada tienen que ver con el estado de flujo asociado a la felicidad, y que por efecto de ésta, experimentamos las otras. La personalidad es la región de nuestra mente que administra los recursos, marca prioridades y establece objetivos; pero no es capaz de imbuirnos estados anímicos, estos son el resultado de la suma de procesos neuroquímicos en los que nuestra persona poco o nada tiene que ver. Podremos favorecer o dificultar que sucedan, pero no impedirlos.
Pensamientos del estilo que, nada o nadie podrá impedir que sea feliz, es relativamente cierto o falso, dependiendo de lo capaces que seamos de tratar con las polarizaciones que nos motivan. Todo lo que sucede es para nuestro beneficio, no obstante, si lo que sucede se opone a lo que consideramos bueno (y ahí entra nuestra personalidad), es cuando el estado preferente se distorsiona y comenzamos a perder el flujo.
No podemos actuar como jueces en una naturaleza que no entiende de justicia moral. El idioma de la naturaleza establece un equilibrio termodinámico. Nuestro cerebro sí entiende de termodinámica, pero nuestra conciencia no siempre está educada para comprender la dinámica de esta naturaleza.
En definitiva, Felicidad es una cuestión de aprender y saber vivir y convivir tomando las mejores posibilidades, pero razonando y comprendiendo todos los aspectos, parándose a reflexionar, deliberar y tomar la decisión correcta, para ser buenas personas, mejorar si se puede y ser ante todo felices…