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Son las dos y media de la mañana,
el silencio llena por completo
el amplio espacio de mi habitación,
una suave luz se abre paso entre las cuatro paredes
que componen mi castillo exterior.
sólo el disonante ruido de un pequeño reloj,
advierte que el tiempo existe
y que transcurre lo quiera yo o no.
Ahora todo es quietud y tranquilidad,
como si yo fuera el único sobreviviente
de una catástrofe natural,
sintiéndome el centro de toda realidad;
¡no me gusta sentirme así!
Paso de la amargura a la tristeza y a la soledad,
en el mismo lapso que dura una estrella fugaz en pasar.
Para mí es la noche más oscura sin estrellas y sin luna,
sordos de desilusión mis oídos explotan de dolor.
Frío es el aire que recorre este cuarto
chocando con todas las cosas que se encuentra a su alrededor.
Mis párpados se sienten pesados, mis pies cansados,
mi cuerpo deseando descansar y sufro al pensar si lo podré lograr.
El silencio me envuelve, la pasividad me puede.
Es difícil afrontar mi realidad cubierta
con un manto de facilidad gradual,
realidad que jamás será ideal
pero que cuenta con un toque de felicidad provisional.
Necesito sentir de nuevo el ruido de la ciudad,
la libertad de el afán y la serenidad del saber esperar.
Para saberme viajero de un destino,
caminante de mis ilusiones, portador de sobriedad.
... Son las dos y media de la mañana
...la luz se extingue
...el silencio sigue
y el tiempo no deja de recordarme su tic-tac...tic-tac.
¿lo podré soportar?
¡sabré esperar!
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